¿Qué es el biogás, cómo se obtiene y para qué se utiliza?

Esta energía renovable procede de la transformación de residuos orgánicos en energía en forma de gas. Junto a otras asentadas como la energía solar y la energía eólica, el biogás busca abrirse paso poniendo en valor su aportación a la economía circular.

La vida no se puede entender sin energía. Dominada hasta ahora por combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas, la búsqueda y aprovechamiento de otras fuentes de energías más sostenibles es una de las estrategias más asentadas frente al cambio climático. La energía solar, la energía eólica y la energía geotérmica –cada vez más utilizada en la construcción de viviendas– son tres de las energías renovables más conocidas. Pero no las únicas. Junto a ellas también se abren paso otras soluciones como el biogás, obtenido a partir de residuos. Sí, de basura.

¿Qué es el biogas?

El biogás es un gas renovable compuesto principalmente por metano y dióxido de carbono obtenido a partir de la degradación anaerobia –sin oxígeno– de residuos orgánicos. Es, según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, “la única energía renovable que puede usarse para cualquiera de las grandes aplicaciones energéticas: eléctrica, térmica o como carburante”.

Se trata por tanto de transformar residuos ganaderos, agroindustriales y lodos de depuradoras de agua, pero también parte de los residuos domésticos. La basura se convierte así en la materia prima de una fuente de energía. Ese es su carácter renovable. Del mismo modo que los plásticos acumulados en un vertedero pueden reciclarse y convertirse en nuevos productos, aquí los purines de cerdos se transforman en energía.

Cómo se obtiene

El biogás es el resultado de la descomposición de la materia orgánica. Para poder aprovechar los gases resultantes es necesario contar con una planta en la que se pueda tanto almacenar los residuos como dejar a las bacterias hacer su trabajo. Esto se puede llevar a cabo en plantas de biogás específicas o directamente en complejos para la gestión de residuos. Sean más grandes o más pequeñas, todas las plantas comparten unos espacios y funciones básicas:

  1. Receptores. Es el lugar en el que se recibe y almacena la biomasa, compuesta principalmente por residuos orgánicos, antes de transformarla. Es el espacio de la materia prima, también conocida como sustrato, procedente por ejemplo de ganaderos y vertederos urbanos. Aunque pueden combinarse diferentes tipos de sustratos, la mayoría de las plantas trabajan con un solo tipo. Investigaciones recientes buscan cómo optimizar la mezcla de residuos para obtener más energía.
  2. Fermentadores o biodigestores. Aquí la materia pasa de estado sólido a gas. El sustrato se introduce en una especie de cámaras oscuras sin luz ni oxígeno. Los residuos se mantienen en movimiento y a una temperatura estable cerca de 40o C. El sustrato puede permanecer en el biodigestor durante unos dos meses. Además, y según el tipo de instalación, podemos encontrar sistemas de biodigestión discontinuos o continuos, que permiten añadir y extraer todos los días la misma cantidad de sustrato para no parar la producción.
  3. Almacenamiento. Una vez terminado el proceso, se obtiene por un lado biogás y por otro un producto secundario (digestato), que puede aprovecharse para producir fertilizantes orgánicos.
  4. Generadores de energía. Eléctricos, térmicos o de cogeneración, según el tipo de planta. Es el lugar en el que el gas o bien se transporta o inyecta directamente a la red o se transforma en energía eléctrica, la cual también podría aprovecharse para garantizar el funcionamiento de la planta, o térmica.

Para qué se utiliza el biogas

Principalmente para la obtención de energía eléctrica y térmica. También, y tras refinarlo para reducir el porcentaje de dióxido de carbono, podría inyectarse a la red convencional de gas natural. En ese caso hablaríamos ya de biometano o metano de origen renovable, un producto que también podría utilizarse como biocombustible en vehículos preparados. Además, existen iniciativas que promueven la instalación de pequeños biodigestores particulares para que los agricultores puedan transformar sus propios residuos y autoabastecerse de energía. Una idea que empresas como la inglesa SEaB energy comercializan pensando en entornos más urbanos u otras industrias.

¿Puede ser una opción?

Desde un punto de vista económico, la rentabilidad de una planta de biogás puede ser menor que la de instalaciones fotovoltaicas o eólicas. Entre otras razones, porque su explotación requiere más dedicación, como por ejemplo la obtención y manipulación de la materia prima. Hay que tener en cuenta además que tanto el metano como el dióxido de carbono, los dos principales componentes del biogás, son gases contaminantes.

“Su verdadero valor está en su aportación a la descarbonización de la energía y de la sociedad”, explica el presidente de la Asociación Española de Biogás, Francisco Repullo. “La utilización de la energía –asegura– que genera sirve para dos cosas, sustituir el consumo de combustible fósiles y ayudar a la recuperación de la inversión, pero no es un objetivo en sí mismo centrarse en la producción de energía”.

“Cuando se trate de pequeñas instalaciones, obviamente lo ideal será autoconsumir la energía generada, y cuando se trate de instalaciones de mayor tamaño, usar las redes eléctricas o gasistas para su aprovechamiento”, concreta Repullo, quien insiste en observar todas las “externalidades positivas” del biogás, incluidos biofertilizantes y la creación de empleo en el medio rural.

Por eso, desde organizaciones como la Asociación Española de Biogás insisten en verlo como una solución medioambiental, no solo como una fuente energética; como una opción de economía circular y recuerdan que España está muy por detrás de su potencial natural. Quizá, cerrando el círculo, comiencen a salir las cuentas.

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